miércoles, 11 de junio de 2014

¿Eres inteligente? necesitas ir a rehabilitación


Hola, soy Sylvia y soy inteligente”. Así inició mi proceso de rehabilitación: cuando tenía 28 años comencé a arrancarme con dolor la etiqueta de la tal inteligencia. Inicié el cambio con indiscutible determinación al descubrirme viviendo una vida llena de decisiones 100% sensatas y 0% apasionantes. Aquí va mi testimonio de por qué no tiene caso creerte eso de que eres inteligente. Mi oficina (para no ir más lejos), vive llena de coachees inteligentes que ya no soportan un gramo más de frustración en su vida.

A los ojos de la gente que no me conocía o que apenas tenía una idea de quién era yo, mi vida era perfecta: el hogar de casada perfecto, una vida sin sobresaltos; una profesión tradicional que ejercía con buen crédito; ¿los papás? Inmejorables: “teniendo esos papás, esta niña tiene que ser brillante” (yo vivía con la angustia de sentir, en silencio, que no era ni la décima parte de lo inteligentes que son mis papás); cruzaba la época en la que más linda había estado en la vida; todo resuelto. “¿Para cuándo vas a encargar tu primer hijo?” ¡Por favor!

Lo que la gente no alcanzaba a intuir al cabo de una hora de conversación era que la idea del deber ser que yo tenía para mi vida era algo así como esperar a que pasaran los años para marchitarme y, en fin, morir. Alucinaba con poder estar vieja, muy vieja, porque así todo terminaría discretamente. Sabía que si le ponía fin a mi vida antes de tiempo decepcionaría a muchos (aparte de todas las reflexiones religiosas asociadas al pecado). Nadie que no conociera la verdadera historia sabía (ni intuía) que en mi depresión había dejado de dormir; que la piel de mi cara estaba llena de escamas de resequedad como reacción nerviosa (el combo incluía gastritis y migrañas, obvio); que pasaba tardes enteras mirando hacia una pared blanca con lágrimas que corrían sin esfuerzo por mis mejillas y que oía voces que me repetían que yo era lo peor. Literal: “Sylvia, usted es lo peor”.

Lo bueno de pasar por un trance de esos es que en fin te cansas de la misma historia: o acabas con esa situación, o la tal vida perfecta acabará contigo.

Yo no voy a contar una historia sobre cómo dejé todo atrás y abrí un bar en la playa ni de lo interesante que fue retirarme a un monasterio en el Himalaya y renunciar a todas las posesiones terrenales. Mi vida está lejísimos de ser perfecta. Les voy a contar cómo hice lo mejor que pude hacer con las herramientas que tenía en ese momento. Sobre todo, les quiero compartir cuáles fueron los mitos que desafié y que ahora, en mi ejercicio profesional como Coach de Felicidad, veo que son los patrones de pensamiento comunes a las personas que se describen a sí mismas como muy inteligentes (generalmente porque alguien se los dijo desde niños). Como verás, eso de ser demasiado inteligente no es negocio.

Mito #1: Éxito = Coeficiente Intelectual + Educación Ultraespecializada + El resto viene por añadidura à Éxito = Felicidad   

En mi vida de abogado alcancé a tener acreditación académica suficiente como para inspirar tranquilidad a mis poderdantes. A la vez es cierto que durante todos mis años de ejercicio profesional sólo tuve unos 2 o 3 clientes que en realidad fueran míos, míos, míos: el resto de personas y de empresas que asesoré llegaba a mi oficina cuando mi papá, apasionado del Derecho, no tenía físicamente la posibilidad de atender todos los asuntos por su cuenta (él, a diferencia mía, sí vibra siendo abogado). En fin los testimonios y los resultados que obtenía eran buenos (algunos seguramente excelentes), pero la verdad es que yo no sentía nada ganas de gestionar mi Marca Personal.

Esta escena nos lleva a conclusiones importantes: (i) que te digan que eres inteligente (e incluso si lo has comprobado en la práctica); que obtengas calificaciones sobresalientes y que tengas títulos de posgrado, no garantiza que tu profesión vaya a fluir así-nada-más: sin pasión, sencillamente, no se puede lograr el nivel de enganche que una Marca Personal influyente podría alcanzar.

(ii) Con un súper coeficiente intelectual y una educación posdoctoral y mucha pasión, tampoco vas a lograr mayor cosa si no te lanzas a hacer eso para lo que te has preparado tanto: en el mundo de los negocios nadie te va a pagar por la cantidad de información que tengas acumulada en la cabeza ni por lo apasionado que te muestres en las redes sociales sobre un tema. Entiende que las personas sólo te van a pagar por hacer tu magia: por solucionar problemas reales, ¡por impactar vidas con lo que sabes! (A propósito: si te muestras excesivamente apasionado con algo y sólo logras influir sobre personas muy ingenuas o, peor, no logras nunca ningún resultado verificable con lo que dices que sabes, será el fin de tu Marca Personal… y de tu emprendimiento).

(iii) Dedicarte a hacer lo que sabes hacer bien y recibir buen dinero a cambio de los resultados que logras, NO es una garantía de que vayas a ser feliz. Si no eras feliz antes de ser millonario, tampoco lo vas a ser cuando la cuenta bancaria esté a reventar. O, dicho en otras palabras, después de tener (bien) satisfechas las necesidades básicas, tener más dinero o una mejor posición social o profesional no hace ninguna diferencia: el éxito no lleva a la felicidad… Y, al tiempo con esto, la buena noticia es que es falso que tengas que elegir entre ser exitoso y ser feliz.

Lo importante, en la medida de lo posible, es invertir el orden de los factores: necesitas comenzar a notar las cosas buenas que están disponibles y funcionando ya mismo; que se encuentran ahí, en tu cotidianidad, y que sencillamente estás muy ocupado como para ver.

Se trata de entender que a la gente feliz no le pasa nada extraordinario: simplemente hacen las mismas cosas que hacen todos los demás, tienen los mismos líos, pero enfocan su atención en cosas distintas y concluyen cosas distintas a partir de los mismos sucesos. Paradójicamente, cuando sueltes la obsesión por acertar y por evitar los fracasos, comenzarás a tener los resultados que ahora mismo parecen tan esquivos. Lo siento, así es como opera la Ley de la Felicidad: no se trata de algo que obtienes ni que encuentras al terminar un curso de autoayuda sino de algo que pones a tu vida cada vez que lo decidas. Punto.


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