viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Cambiando de empleo o de posición? Urgente ajustar tu Marca Personal


Sea que estés a punto de asumir una nueva posición dentro de la compañía en la que trabajas actualmente o que estés buscando un nuevo empleo, es indispensable hacer un ajuste a tu Marca Personal. ¿La razón? simple: sin importar cuál sea el motivo del cambio, lo cierto es que necesitas comenzar a impactar en personas distintas a esas con las que te relacionabas habitualmente. Ten en cuenta que es verdad que tu antigua Marca Personal, si bien te trajo hasta este punto, ya hizo todo lo que podía hacer por ti. Es agotador (tanto para ti como para quienes te rodean) seguir tratando de vender el mismo cuento de siempre.

Tener una nueva forma de hacer presencia es clave (y piensa en esto todo el tiempo) porque tienes tres objetivos primordiales en cuanto a tu posicionamiento se refiere: que te noten, que te recuerden y que te prefieran.

En mi práctica profesional, tanto en los procesos individuales que acompaño en mi oficina como en las conversaciones que tengo con los asistentes al final de mis seminarios, he detectado cinco aspectos centrales que determinan una verdadera diferencia a la hora de desarrollar una Marca Personal memorable y son los que señalo a continuación:

1. Ten muy claro quién quieres ser (sin importar las circunstancias)

La característica que distingue tajantemente a las personas que se sienten exitosas de las personas que dicen haberse quedado a la mitad del camino, es que las primeras decidieron quiénes querían ser a pesar de lo que les estaba ocurriendo.

Siempre oímos cosas como “si no fuera madre de tres hijos tendría más tiempo”; “si no me hubieran despedido de aquel trabajo no habría terminado dedicándome a esto”; “si hubiera podido estudiar en otra universidad, tendría mejores contactos profesionales”; “si las personas de mi equipo de trabajo fueran más independientes, yo podría dedicarme a lo que es verdaderamente importante”; “cuánto desearía no tener que pasarme mi vida haciendo dinero para otro”; “si mi jefe fuera menos egoísta y me ayudara a conseguir el ascenso que merezco”… y así podría seguir con todas las quejas que recibo cada día.

Todos estos ejemplos que he citado corresponden a la forma de pensar propia de las personas reactivas: sí, a personas que sólo “reaccionan” a las cosas que les pasan pero que nunca toman una posición por cuenta propia; personas a las que les aterra ejercer su libre albedrío y prefieren pagar el precio de esconderse tras la fachada de la resignación que, aunque a los ojos un observador desprevenido pareciera ser una virtud, a la larga no es más que una forma sofisticada de victimización (de esto último me hizo caer en la cuenta mi médico fantástico en una reciente visita).

En la orilla opuesta a la de los reactivos se encuentra una población muy interesante: los proactivos o, dicho en otras palabras, las personas que viven en un estado mental de acuerdo con el cual entienden que son ellas (y sólo ellas) quienes eligen, primeramente, qué quieren para su vida y, a continuación, cómo van a responder a los desafíos de la cotidianidad de acuerdo con lo que han elegido ser, no importa qué (si te sientes identificado con este grupo de gente te aconsejo leer un clásico del liderazgo: “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”, del Dr. Stephen Covey).

En cuanto a tu nueva Marca Personal se refiere, tener claro quién quieres ser en lugar de estar pensando apenas en quién puedes ser es de la mayor utilidad porque: (i) te evita presentarte a convocatorias de trabajos frustrantes o que, incluso, representarían un acto de traición a tus sueños; (ii) te da una mayor flexibilidad, ya que siendo lo importante encontrar una ocupación que te permita ser la persona que has decidido ser, el “cómo” pasa a un segundo plano (te liberas de entelequias confusas como esa del tal “trabajo ideal”); (iii) te vuelve automáticamente más enfocado y más creativo ya que tu propósito fundamental va a ser encontrar la manera de llevar a cabo tu plan superior de vida, dejando atrás la pálida idea de pasar los días sólo tratando de sobrevivir.

2. ¿Comenzaron a imitarte? ¡Fantástico!
Pero es hora de innovar.
Urgente.

Los coaches ejecutivos sabemos muy bien que en la curva del éxito profesional hay un momento en el que el crecimiento se dispara y tenemos una explosión inusitada y sucesiva de triunfos. Sabemos, igualmente, que cuando esto pasa, lo que tienes que hacer es explotar esa característica por la cual te están buscando tanto (o que te está haciendo tan exitoso). Aprovecha, aprovecha, aprovecha… hasta cuando comiencen a imitarte.

En cuanto detectes imitadores importantes (porque impostores de mediopelo hay en todas partes pero no te dejes distraer por éstos), sabrás que ha llegado la hora de innovar: es el momento de ajustar tu Marca Personal, de crear otro producto o de aparecer con alguna propuesta novedosa. Si reinventarse no fuera tan importante, ¿por qué crees que una marca tan fuerte como Coca-Cola siempre está no sólo haciendo publicidad sino que aparece cada vez con propuestas más  ocurrentes? Precisamente por esta razón: la consigna es “innovar o desaparecer”.

3. La pasión: un aliado poderoso o un enemigo letal


Piensa en la actitud con la que estás asumiendo tu nuevo reto laboral y contesta: ¿Sólo actúas con pasión cuando estás enamorado o cuando se te sale el niño interior?

miércoles, 11 de junio de 2014

¿Eres inteligente? necesitas ir a rehabilitación


Hola, soy Sylvia y soy inteligente”. Así inició mi proceso de rehabilitación: cuando tenía 28 años comencé a arrancarme con dolor la etiqueta de la tal inteligencia. Inicié el cambio con indiscutible determinación al descubrirme viviendo una vida llena de decisiones 100% sensatas y 0% apasionantes. Aquí va mi testimonio de por qué no tiene caso creerte eso de que eres inteligente. Mi oficina (para no ir más lejos), vive llena de coachees inteligentes que ya no soportan un gramo más de frustración en su vida.

A los ojos de la gente que no me conocía o que apenas tenía una idea de quién era yo, mi vida era perfecta: el hogar de casada perfecto, una vida sin sobresaltos; una profesión tradicional que ejercía con buen crédito; ¿los papás? Inmejorables: “teniendo esos papás, esta niña tiene que ser brillante” (yo vivía con la angustia de sentir, en silencio, que no era ni la décima parte de lo inteligentes que son mis papás); cruzaba la época en la que más linda había estado en la vida; todo resuelto. “¿Para cuándo vas a encargar tu primer hijo?” ¡Por favor!

Lo que la gente no alcanzaba a intuir al cabo de una hora de conversación era que la idea del deber ser que yo tenía para mi vida era algo así como esperar a que pasaran los años para marchitarme y, en fin, morir. Alucinaba con poder estar vieja, muy vieja, porque así todo terminaría discretamente. Sabía que si le ponía fin a mi vida antes de tiempo decepcionaría a muchos (aparte de todas las reflexiones religiosas asociadas al pecado). Nadie que no conociera la verdadera historia sabía (ni intuía) que en mi depresión había dejado de dormir; que la piel de mi cara estaba llena de escamas de resequedad como reacción nerviosa (el combo incluía gastritis y migrañas, obvio); que pasaba tardes enteras mirando hacia una pared blanca con lágrimas que corrían sin esfuerzo por mis mejillas y que oía voces que me repetían que yo era lo peor. Literal: “Sylvia, usted es lo peor”.

Lo bueno de pasar por un trance de esos es que en fin te cansas de la misma historia: o acabas con esa situación, o la tal vida perfecta acabará contigo.

Yo no voy a contar una historia sobre cómo dejé todo atrás y abrí un bar en la playa ni de lo interesante que fue retirarme a un monasterio en el Himalaya y renunciar a todas las posesiones terrenales. Mi vida está lejísimos de ser perfecta. Les voy a contar cómo hice lo mejor que pude hacer con las herramientas que tenía en ese momento. Sobre todo, les quiero compartir cuáles fueron los mitos que desafié y que ahora, en mi ejercicio profesional como Coach de Felicidad, veo que son los patrones de pensamiento comunes a las personas que se describen a sí mismas como muy inteligentes (generalmente porque alguien se los dijo desde niños). Como verás, eso de ser demasiado inteligente no es negocio.

Mito #1: Éxito = Coeficiente Intelectual + Educación Ultraespecializada + El resto viene por añadidura à Éxito = Felicidad   

En mi vida de abogado alcancé a tener acreditación académica suficiente como para inspirar tranquilidad a mis poderdantes. A la vez es cierto que durante todos mis años de ejercicio profesional sólo tuve unos 2 o 3 clientes que en realidad fueran míos, míos, míos: el resto de personas y de empresas que asesoré llegaba a mi oficina cuando mi papá, apasionado del Derecho, no tenía físicamente la posibilidad de atender todos los asuntos por su cuenta (él, a diferencia mía, sí vibra siendo abogado). En fin los testimonios y los resultados que obtenía eran buenos (algunos seguramente excelentes), pero la verdad es que yo no sentía nada ganas de gestionar mi Marca Personal.

Esta escena nos lleva a conclusiones importantes: (i) que te digan que eres inteligente (e incluso si lo has comprobado en la práctica); que obtengas calificaciones sobresalientes y que tengas títulos de posgrado, no garantiza que tu profesión vaya a fluir así-nada-más: sin pasión, sencillamente, no se puede lograr el nivel de enganche que una Marca Personal influyente podría alcanzar.

(ii) Con un súper coeficiente intelectual y una educación posdoctoral y mucha pasión, tampoco vas a lograr mayor cosa si no te lanzas a hacer eso para lo que te has preparado tanto: en el mundo de los negocios nadie te va a pagar por la cantidad de información que tengas acumulada en la cabeza ni por lo apasionado que te muestres en las redes sociales sobre un tema. Entiende que las personas sólo te van a pagar por hacer tu magia: por solucionar problemas reales, ¡por impactar vidas con lo que sabes! (A propósito: si te muestras excesivamente apasionado con algo y sólo logras influir sobre personas muy ingenuas o, peor, no logras nunca ningún resultado verificable con lo que dices que sabes, será el fin de tu Marca Personal… y de tu emprendimiento).

(iii) Dedicarte a hacer lo que sabes hacer bien y recibir buen dinero a cambio de los resultados que logras, NO es una garantía de que vayas a ser feliz. Si no eras feliz antes de ser millonario, tampoco lo vas a ser cuando la cuenta bancaria esté a reventar. O, dicho en otras palabras, después de tener (bien) satisfechas las necesidades básicas, tener más dinero o una mejor posición social o profesional no hace ninguna diferencia: el éxito no lleva a la felicidad… Y, al tiempo con esto, la buena noticia es que es falso que tengas que elegir entre ser exitoso y ser feliz.

Lo importante, en la medida de lo posible, es invertir el orden de los factores: necesitas comenzar a notar las cosas buenas que están disponibles y funcionando ya mismo; que se encuentran ahí, en tu cotidianidad, y que sencillamente estás muy ocupado como para ver.

Se trata de entender que a la gente feliz no le pasa nada extraordinario: simplemente hacen las mismas cosas que hacen todos los demás, tienen los mismos líos, pero enfocan su atención en cosas distintas y concluyen cosas distintas a partir de los mismos sucesos. Paradójicamente, cuando sueltes la obsesión por acertar y por evitar los fracasos, comenzarás a tener los resultados que ahora mismo parecen tan esquivos. Lo siento, así es como opera la Ley de la Felicidad: no se trata de algo que obtienes ni que encuentras al terminar un curso de autoayuda sino de algo que pones a tu vida cada vez que lo decidas. Punto.


martes, 28 de enero de 2014

¿Estás durmiendo con el enemigo?

En mis lecturas de esta mañana encontré una cita muy esclarecedora sobre una de las razones más poderosas de infelicidad y frustración para los seres humanos. La frase es de Mark Moustakas y dice: “Los conflictos más dramáticos, quizás, no son los que ocurren entre los hombres sino entre un hombre consigo mismo”.
Si miramos hacia atrás, buscando en el archivador de metas fallidas todo lo que pudo haber sido y no fue en nuestra vida o, incluso, si revisamos con honestidad los problemas que estamos afrontando ahora mismo, la única razón que nos aparta de alcanzar una meta (la que sea, salvo que se trate de una cosa físicamente imposible, por supuesto), está en nosotros mismos. Y hay que ver lo creativos que resultamos ser a la hora de hacernos infelices.
En mi oficina tengo la oportunidad de oír historias de vida interesantísimas: personas encantadoras que no han podido encontrar el amor en su vida y están a punto de descartar esa posibilidad; personas fantásticas y absolutamente deseables que no son capaces de terminar una relación enfermiza porque les paraliza la idea de no encontrar nada después de lo que tienen; profesionales prósperos y exitosos que quisieran avanzar en su educación de posgrado o viajar pero tienen mil razones para posponer el plan; gente con un talento que le brota por los poros pero que de antemano declara que no tiene la posibilidad de hacer algo significativo con su vida… (“yo soy de los que comienzan pero no acaban”, me dicen mil veces, hombres y mujeres).
Sylvia Ramírez, Life Coach, PNL, Personal Branding, Diseño de Marca Personal, Asesoría de Imagen, Bogotá, ColombiaPara hacer este artículo revisé muy bien las carpetas donde guardo el registro de mi consulta y en estas cuatro tipologías puedo resumir el trabajo de unas 80 horas de coaching con muchas personas, lo cual nos lleva a dos conclusiones centrales:
a. A todos nos pasan más o menos las mismas cosas

b. El autosaboteador de metas nos está clavando un puñal por la espalda y nosotros no hacemos más que justificarlo
Es cierto: no hay nada más peligroso que un cerebro indisciplinado. Estamos dejando que el cerebro nos diga lo que quiera y estamos viviendo de los cuentos que él nos va contando (“me va a abandonar”; “no se puede”; “todo es culpa de mi mamá”), aunque tengan muy poco (o ningún) respaldo probatorio, y en cambio sí estamos dejando pasar más de una oportunidad para ser felices. Vamos por partes:

1. “El amor es doloroso – Ninguna relación me funciona – Esto es lo mejor que voy a conseguir en mi vida”

La primera inclinación de un cerebro que no se ha disciplinado con reglas es la de poner etiquetas rápidamente a cada cosa (persona, relación, situación: “ella es una bruja”; “esto es un fiasco”; “nunca voy a poder salirme de este lío”) para seguir resolviendo todos los problemas de la cotidianidad con las mismas tres soluciones de siempre. Así se ahorra la pereza de pensar qué está pasando realmente en cada caso y, por supuesto, se ahorra la pereza de inventar una solución eficiente.
Tanto quienes me dicen “todos los hombres (o mujeres) son iguales”, como quienes me dicen “es que yo ya entendí que yo no estoy hecho para estar en una relación”, están buscando explicarse y, de paso, resolver ese capítulo de su vida con una afirmación que no tiene ningún fundamento; y si este es tu caso, hay tres preguntas que deberías responderte:
I. ¿Qué pruebas tienes de eso que estás diciendo?
II. ¿No conoces a nadie en ninguna parte del mundo que sí tenga una relación amorosa funcional?
III. ¿Qué precio estás pagando por seguir pensando así?
Sea que creas en las vidas futuras o no, esta es la única vez que te vas a llamar (pon tu nombre aquí) y, con toda honestidad te lo digo, no tiene caso que por el sólo miedo (o, peor, la sola pereza) de salir de tu zona de confort y tener un aspecto más agradable o mejorar algún viejo patrón de comportamiento reactivo o inmaduro, etc., te estés perdiendo de la experiencia tan enriquecedora de compartir con una pareja con la que puedas llegar a acuerdos y vivir una vida tranquila.
En el tema de las relaciones no se trata de tener una estrategia súper compleja (porque no estamos en un campo de batalla – por lo menos a mí me parece muy desgastante entender las relaciones así), ni la idea es que vivas esperando a que, por fin, las personas con las que te involucras cambien: se trata de comenzar a pensardistinto para ser distinto porque cuando tú cambias, tu mundo cambia: lo que te importaba antes hasta el punto de la locura, ahora también te importa pero no te mortifica ni te hace hacer tonterías, por ejemplo.

2. “Toda la vida he soñado con hacer tal cosa PERO…”

Una vez más el autosaboteador de metas es el protagonista poniendo sus famosas etiquetas: “es muy caro; no te puedes permitir eso”; “aprender a ____ (bailar, cocinar, bucear, etc.) a estas alturas no te aporta nada”; “con ese mismo dinero te compras un vestido que te dura más que una cena en ese restaurante”; “a esta edad ya es una ridiculez ponerme en esas”; “no tengo tiempo (en serio: no tengo tiempo)”; “eso sólo pasa en las películas”; “si tuviera otro trabajo y fuera el dueño de mi tiempo, lo haría” y así hasta el infinito con las etiquetas imposibilitadoras.
Repasa los ejemplos de etiquetas del párrafo anterior y contesta una sola cosa: en últimas, ¿de qué se trata tu vida? (¿“sobreviviente” es la palabra que mejor te describiría? ¡cuidado!)